Los discursos simplistas suelen predominar hoy en día en una sociedad que padece de desinformación. La prohibición del burka y el niqab ha sido un tema que ha estado en boca de todos de un tiempo a esta parte, y, de nuevo, se han tomado como argumentos válidos simples indicios, suposiciones y afirmaciones basadas en tópicos que no profundizan en el problema real, si es que tal problema existe.
La sociedad occidental ha visto peligrar su statu quo ante la llegada de lo desconocido, y en vez de preocuparse por integrar nuevas realidades en la que se presume como multicultural Europa, se ha dedicado a cuestionar la libertad para el uso de ciertas prendas típicas en la mujer musulmana. El burka y el niqab han sido los puntos de mira de muchos europeístas convencidos que ven en estas prendas una amenaza a los valores occidentales.
El clima en zonas desérticas obligó a muchos, desde antes de la llegada del islam, a la utilización de éste tipo de prendas para protegerse. Posteriormente, ya en el siglo XX la moda del burka se reincorporó como símbolo de distinción de las clases más altas. En concreto, las mujeres que formaban el harén de un hombre distinguido eran obligadas a ponérselo para que nadie más pudiese disfrutar de su belleza. Obviamente se trata de un fenómeno machista a todas luces. Por más que se busque en la historia, vamos a encontrar argumentos machistas en el origen del burka y el niqab. Hablando en primera persona, considero estas prendas elementos represores de la mujer que yo me negaría a usar.
Hasta aquí podrían coincidir mis argumentos con los de cualquiera que se crea con derecho a prohibir. Pero hay muchos más puntos a tener en cuenta. El primero es qué quieren realmente las mujeres que usan el burka. En este sentido hay casos de mujeres que manifiestan sus deseos de usar esta prenda en libertad, y nadie debería tener potestad para prohibírselo. Aquí surge la segunda pregunta: ¿cómo entienden estas mujeres el uso del burka? Y aquí es importante repasar los argumentos de las afectadas que, según afirman, lo usan libremente: ” Leí libros sobre el islam, sobre la libertad de las mujeres, sobre las mujeres del profeta. Admiro mucho a esas mujeres: estaban emancipadas, eran feministas, y vestían así. Lo hago por acercarme a ellas. No es algo humillante, ni formo parte de una secta.”. Así lo explica Kenza Drider, una de las defensoras del uso del niqab en Francia, en una entrevista en www.webislam.com.
Puede que el caso de Kenza no sea representativo, pero aún así, preguntémonos ahora qué se consigue creando polémica en torno a este asunto. Hace algo más de un año, en pleno debate en Cataluña, el Instituto CERES publicó los resultados de un estudio que mostraba que tres de cada diez encuestados sentía rechazo hacia los musulmanes. Además, el 10% de ellos explicaba que se trataba de un sentimiento reciente. Se puede deducir, entonces, que el riesgo de estigmatización para estas mujeres es alto, y que la islamofobia puede aumentar. Ante esta situación surge un círculo vicioso que radicaliza las posturas, de modo que quienes se sientan musulmanes reivindicarán más sus costumbres a la vez que la xenofobia va creciendo, y así sucesivamente.
A parte de las consecuencias que pueda tener la prohibición de estas prendas es importante analizar el carácter aleccionador paternalista que se ejercería desde el “perfecto occidente” al “desorientado oriente”. Prohibir el burka sería eliminar el criterio propio de las mujeres musulmanas, cosificándolas sin tener en cuenta su voluntad y su propio derecho a rebelarse. Se trataría de un claro ataque a la libertad religiosa. Es necesario además, ver los problemas propios, ya que si hiciésemos un paralelismo, el canon estético occidental podría erradicarse también a base de prohibiciones con el mismo argumento. ¿Quién propondría la prohibición de las dietas para adelgazar? ¿Qué partido político se atrevería a decir que también los tacones oprimen a la mujer occidental al igual que el burka a la musulmana?
El objetivo final que tiene la prohibición de estas prendas es conseguir la igualdad social para hombres y mujeres. Entonces es importante saber si eliminando el burka se eliminan las desigualdades. Sería ingenuo creer que por dejar de usarlo las mujeres van a cobrar lo mismo que los hombres, o que el trabajo de casa se repartirá de forma equitativa. Podríamos considerar esta prenda como eso, un trozo de tela que no va a cambiar en nada la realidad de las mujeres, al menos para bien. Los esfuerzos se deben canalizar entonces hacia la educación, la integración y la igualdad real entre mujeres (con burka o sin él) y hombres.